domingo, 28 de noviembre de 2010

Cine musical clásico

La expectativa del escenario pronto se apacigua  ,las luces se encienden y se escucha una melodía. . Los tiempos fantásticos  se detienen y se retratan en una fotografía  ; es decir no se  desea   proyectar imágenes devastadas ni trágicas ,debido a que la audiencia anhela otro tipo de cine .
El musical no es un subgénero es otra puerta a otro mundo ,si bien se dice que uno de los primeros  clásicos es el"cantante de jazzz" es con la" Melodia de Broadway"   que se `puede determinar con el nombre de un musical .

desembarcan nuevos talentos en estas producciones. La vitalidad de los coreógrafos Stanley Donen y Gene Kelly, que comprendían el baile como una modalidad gimnástica en la que la precisión se obtenía con disciplina y un número indeterminado de ensayos (Debbie Reynolds recordaba haber llorado extenuada por el dolor de pies en los preparativos de "Cantando bajo la lluvia"), supuso la llegada de la pirueta casi circense, del más difícil todavía, en los números que articulaban el filme (en la película de 1955 "Siempre hace buen tiempo", el bailarín se meneaba por "las calles de Nueva York" calzando unos patines. Pero es que, además, Kelly se permitió experimentar con Vincente Minelli nuevas formas de expresar la danza en el cine, bien desafiando las reglas de la física elemental en "El pirata" (1948), bien introduciendo largos ballets oníricos de reminiscencias teatrales como en la oscarizada "Un americano en París" (1951). Todos los citados en este párrafo, capitaneados por el mencionado Freed, fueron los amos del género y los adaptadores de talentos como los compositores y letristas Cole Porter, George e Ira Gershwin, Adolph Green/Betty Comden, Alan Jay Lerner/Frederick Loewe. Los demás (desde la malograda Carmen Miranda hasta la nadadora Esther Williams, de la que se llegó a decir que era "mejor actriz cuanto más mojada está"), sólo eran divertimentos sexys para un público poco exigente (recordamos de nuevo que Fred Astaire continuaba con sus apreciados "tour de force"). Pero es a mitad de esta década cuando llega otra nueva y vital transformación tras el advenimiento del color. "Brigadoon" (1954) se está rodando cuando el éxito que la Fox obtiene al estrenar "La túnica sagrada" en CinemaScope obliga a sus responsables a replantearse todo el rodaje al comprobar las posibilidades de una nueva forma de ofrecer espectáculo. De hecho, la Twentieth Century Fox no retuvo los derechos del nuevo sitema porque aquello habría sido lesivo para los derechos y beneficios de los ditribuidores, afectando al negocio. Y, así, un nuevo panorama propone grandes horizontes con los que saciar nuestra escopofilia.
El género, cómo no, siempre ha echado mano de material preexistente y se ha propuesto llegar a todos los públicos, adaptándose a las modas musicales, ofreciendo a los ídolos de las juventudes una segunda carrera en Hollywood. El rock y el pop permitirá que mitos como Elvis Presley o Los Beatles protagonizen vehículos pensados para su glorificación (¿no hicimos lo mismo en España, primero con Pablito Calvo y Joselito, después con Marisol y, finalmente, con Rocío Dúrcal o Raphael?). Salvo sorpresas psicodélicas e iconoclastas, la mayoría de estas cintas solían adolecer de entidad dramática y poseer una realización plana o, en el mejor de los casos, disfrutar del acabado puramente formal de un encargo. Y aunque el musical (la "comedia musical"), es un género típicamente hollywoodiense, Europa disfrutaba en aquellos años de los musicales absolutos del francés Jacques Demy, que aportaba una visión lírica sobre trasfondos dramáticos incorporando completamente las canciones al discurso narrativo en títulos como "Los paraguas de Cherburgo" o "Las señoritas de Rochefort". Por entonces los grandes estudios estadounidenses se replantearon el musical en una batalla que la mayor parte de los géneros (con especial lesión para el western y el musical) habían emprendido contra la "pequeña pantalla", y la adquisición (al igual que el drama miraría con lujuria los textos de prestigiosos dramaturgos y comediógrafos) de éxitos de Broadway supuso una etapa destinada a internacionalizar el teatro de "la Gran manzana".
"Gigi", en 1958 adapta la obra teatral que en 1956 protagonizase Audrey Hepburn a partir de la adaptación que Anita Loos hiciese del texto literario de Colette, y "El rey y yo", era la versión de un musical que adaptaba un drama cinematográfico inspirado en una novela que, a su vez, se basaba en unos escritos autobiográficos . Pero, mejor que la readaptación, es la traslación, y, así, en 1961, llega a las pantallas un torbellino creativo que equilibra el rodaje en estudio con el de exteriores y olvida las candilejas para reflejar desde el drama clásico las tensiones sociales (y raciales) de la sociedad moderna: "West side story". Los grandes musicales de la época, en todo caso, siguen siendo comedias (salvo por algún drama épico-romántico) provenientes de los más diversos materiales ajenos: teatro ("My fair lady", "Hello Dolly!", ...), novela clásica ("El hombre de la Mancha"), leyendas artúricas ("Camelot"), biografía ("Funny Girl" y "Funny Lady"), cuentos infantiles ("Mary Poppins"), ... Todas ellos eran suntuosos espectáculos de prolongado metraje y éxito asegurado (con la excepción de algún error de cálculo, como "Dr. Dolittle"). En 1972 las aguas se revolucionan de nuevo gracias a la libertad sexual y la crítica histórica que se respira en "Cabaret", un musical de aspecto feísta, pantalla menos imponente y metraje más comedido que, sin embargo, se hace con nueve Oscar. Las estrellas de estos años son de lo más variadas, y si bien Barbra Streisand, Liza Minelli y Julie Andrews (que vivió la polémica de verse apeada del papel de "My fair lady" frente a la doblada Audrey Hepburn, a la que acabó venciendo en los Oscar de 1964), son las figuras más significativas de la época, veremos en los musicales a intérpretes como Vanessa Redgrave, Richard Burton o Peter O´Toole. Hasta tal punto llegó la búsqueda de actores de prestigio escasamente dotados para el canto, que Rex Harrison bajaba tanto el tono que, más que cantar, "decía" las canciones.

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