sábado, 27 de noviembre de 2010

Cuando el cine canta

Aunque el género "musical" propiamente dicho empezó a desarrollarse ampliamente con la llegada del sonoro, el cine aprendió antes a cantar que a hablar. En efecto, si bien suele afirmarse que El cantor de jazz (1927) fue el primer filme sonoro de la historia del cine, se trata de un dato inexacto, ya que en realidad es un filme mudo con canciones y que, además, desarollaba una experiencia realizada un año antes por la misma productors (Warner Bros) con un Don Juan interpretado por John Barrymore. El éxito alcanzado por ambas producciones animó al resto de las grandes empresas cinematográficas norteamericanas a emprender sumultáneamente el doble camino del filme hablado y del filme cantado, y antes de estrenar la década de los treinta se realizan ya filmes como El desfile del amor (Paramount, 1929) o La melodía de Broadway (Metro Goldwyn Mayer, 1929), e incluso la primera película "experimental" del naciente género, Hallelujah (1929), de King Vidor, íntegramente interpretada opor actores negros y con una apoyatura dramática insólita para la época, cuya herencia el cine norteamericano tardaría en recoger.

Los años treinta incorporan al género la fastuosidad y un vistoso sentido de la teatralidad, frecuentemente desatado en las barrocas coreografía del famoso Busby Berkeley. Mientras la paramount se decanta hacia la opereta y la Metro prosigue sus "melodías de Broadway", son la Warner y la R.K.O. las productoras que presentan mayor atención al género y lo trabajan con asiduidad. La Warner se caracteriza por el musical delirante, barroco, característico de las coreografías de Berkeley (por ejemplo, La calle 42, 1933). Por su parte, la R.K.O. se decide por el "musical" de claqué, del que La alegre divorciada, 1934, y Sombrero de copa, 1935 (interpretadas por Fred AstaireGinger Rogers) son dos buenos exponentes. 

La Metro Goldwyn Mayer, que durante esos dos años mantuvo hacia el género una actitud que bien podría definirse como conservadora, será, sin embargo, la que en la década de los cuarenta busque nuevas vías de salida, tan distantes de las experiencias de la Warner como de las de la R.K.O., aunque en determinadas ocasiones planee la sombra del "musical" clásico años treinta. Arthur Freed (productor), Vincent Minnelli y George Sidney (realizadores), y Gene Kelly y Michael Kidd (actores, coreógrafos y posteriores realizadores) fueron los principales nombres en los que se apoyó la Metro para impulsar esta renovación. George Sidney prestó su peculiar inventiva a empresas tan dispares como Los tres mosqueteros (1948) o Levando anclas (1954), en la que, antes que Gene Kelly en Invitación a la danza, 1957, mezcló escenas de dibujos animados con las "estrellas" de la casa, Tom y Jerry, incorporando al "musical" un dinámico sentido de del movimiento. Vincent Minnelli, por su parte, elaboró ciudadosamente un depurado "musical" teatral, denso y recargado, que no tardó en cristalizar en dos obras maestras, The Pirate (1947) y, sobre todo, Un americano en París (1951).

Pero será un joven coreógrafo, Stanley Donen, quien, colaborando con gene Kelly, dará una nueva dimensión al género con Un día en Nueva York (1949), un "musical" en el que los bailarines abandonan las tablas y los decorados del estudio para lanzarse alegremente a la invasión de una Nueva York espléndidamente fotografiada. Con Donen (y con la complejidad de Kelly), el "musical" toma por asalto las calles. Posteriormente (1952), Donen alcanzará su mayor éxito popular con Cantando bajo la lluvia, que todavía permanece para muchos como un filme modélico dentro del género. Donen y Minnelli son pues, los realizadores que transforman "musicalmente" los años cincuenta, consiguiendo obras como Siete novias para siete hermanos, 1954, Melodías de Broadway, 1955 (que contiene un excelente ballet-parodia de las novelas negras de Mickey Spillane), Una cara con ángel, 1956 (que fue, curiosamente, rodada por Donen para la Paramount) o Siempre hace buen tiempo, 1955. Pero, a pesar de los logros obtenidos, los años cincuenta suponen también el inicio de la decadencia del cine musical clásico.

El cambio estructural sufrido por el cine norteamericano y los casi prohibidps presupuestos del "musical" limitan cada vez más las experiencias. Donen cultivará campos ajenos al género (aunque con frecuencia relacionados con él) y Minnelli se sumirá en un progresivo silencio, so pretexto de falta de adaptación a los nuevos tiempos. Tardíamente, el "musical" descubre que puede ser dramático (Caso de West Side Story, 1961), pero las sucesivas muestras del género se insertarán en el campo de la superproducción (My Fair Lady, 1964; Sonrisas y lágrimas, 1965), cintas de contenido más o menos intimista (Camelot, 1967) o espectaculares (La leyenda de la cuidad sin nombre, 1969), a las que Bob Fosse aportará un discutible sentido de la qualité en filmes como Noches de la ciudad (1969), Cabaret (1972) o All that jazz (1979).  





La ideología hippy aparecía fielmente recogida en Yellow submarine (1967), donde George Dunning conseguía la confluencia entre historia, música y el fantástico colorido de los dibujos caleidoscópicos.



Las mejores virtudes -y también los mayores defectos- del musical americano están presentes en Hello Dolly (1969). Su director Gene Kelly, conocía los secretos del género. la estrella, Barbra Streisand, malogró en parte el filme por su excesiva megalomanía.




Las óperas pop han acabado por llegar a la pantalla tras un largo peregrinaje teatral. Lo malo, como le ocurrió a Hair, 1979, es que llegan desfasadas.




All that Jazz (1979) es fiel exponente del cine de Bob Fosse: calidad coreográfica indudable, pero viciada por su excesiva autocomplacencia, impropia del género.



Extraído de : BARBÁCHANO, Carlos y GORTARI, Carlos (1984) El Cine. Arte, evasión y dólares. Barcelona: Aula Abierta Salvat.

Barbáchano y Gortari (1984) 44-45  








   


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